MÁSCARAS  DE  FE




Cuando Madrid se viste de Santo, la caridad se convierte en un regalo. Las numerosas hordas de visitantes que estos días festivos copan los bares de la capital comparten un elemento que les une y les separa; la fe. La Semana Santa representa sin duda uno de los acontecimientos más significativos de esa España cañí que todavía hoy sigue vigente. La intencionalidad que esconde este reportaje es sencilla. Mostrar las miradas de la locura religiosa. Reflejar las manos de la penitencia. Interpretar las sombras de las sotanas. Destacar con la oscuridad de una noche con velas y lágrimas el lado más inquietante y turbador de las procesiones. Revelar las máscaras de la fe.




El reloj marca las 6 en punto de un Sábado en plena plaza de Puerta Cerrada y el sol ya tiene prisa por esconderse. Multitud de creyentes se reúnen estos días en los alrededores de la Latina para poder ver con estupor la procesión de Jesús el Pobre y contemplar con el alma en un puño cómo salen sus pies de la Iglesia de San Pedro el Viejo. Mientras las trompetas de la orquesta afinan las últimas notas, las encopetadas madres con sus respectivas familias procedentes de Sevilla, aguardan en primera fila con los carritos de los niños y se abanican con una fuerza sobrehumana como consecuencia del insoportable calor. El mes de Marzo aprieta y el miedo a perderse los detalles de la celebración también. Conforme los preparativos se van acercando y los minutos pasan, los protagonistas de la obra de fe que está a punto de representarse se concentran en sus pensamientos más profundos.

 Ojos infames de nazareno. / MARTA MOLEÓN


Los nazarenos viven con un fervor especial los pasos que amenizan la Calle de Segovia y muchas veces es posible captar en la enajenación del momento, una mirada tremendamente perturbadora que habla de miedo y de incertidumbre.  Las sombras que pueblan el asfalto de la calle se mezclan con el olor a incienso y a sudor que procede de los costaleros. El dolor se convierte en un baluarte de fortaleza. En una prueba de religiosidad inquebrantable. Los pasos avanzan mientras la gente encaramada a los balcones y a las fachadas con más altura, se aglutina en las esquinas para contemplar el espectáculo desde una posición privilegiada.

 Pisadas con alma. / MARTA MOLEÓN


Muchas de estas personas que participan en los cortejos procesionales preparan sus túnicas y siguen de forma tradicional la costumbre de mostrar sus pies descalzos. Este hecho, constituye en sí mismo una especie de ofrenda y de sacrificio personal por el cual están dispuestos a pasar con tal de exteriorizar un sentimiento de súplica y de alabanza hacia un ser en cuya discutible y disputada existencia creen con aplomo. En esos momentos puede respirarse el silencio y escucharse el llanto de los fieles. 

Súplica. / MARTA MOLEÓN


El nerviosismo entre los asistentes es tal, que muchos de ellos aprietan con fuerza las manos de las personas que se encuentran más próximas, y otros optan por cerrar los ojos para traer a la memoria el recuerdo de ese ser querido por el que rezan en la esquina de una habitación de su casa durante todo el año. A medida que el tiempo transcurre, el ambiente que se respira en la calle invita a la reflexión y la concentración. Los rezos y las oraciones en voz alta cada vez se escuchan con más fuerza y los instrumentos de los músicos parecen cobrar vida propia. 

La misericordia del luto. / MARTA MOLEÓN


Han pasado 3 horas desde que el sol decidiera esconderse y los dueños de las terrazas empiezan a ultimar las últimas rondas de cerveza en vista del trajín que llevan teniendo durante estos días desde que empezara la celebración de la Semana Santa. Esta tradición reúne todos los años a miles de visitantes que pretenden disfrutar de las procesiones de Madrid durante 5 largos e intensos días. En los días intermedios de la semana no se celebran desfiles, ya que la mayoría de hermandades realizan una sola procesión, habitualmente el mismo día y hora. La noche empieza a caer y el negro de las mantillas de las "camareras" de la Cofradía del Divino Cautivo empiezan a sincronizarse con la oscuridad de sus corazones. 

 Silencio. / MARTA MOLEÓN

 Las espaldas del perdón. / MARTA MOLEÓN

 Máscaras de Fe. / MARTA MOLEÓN

 La conjura de la falda. / MARTA MOLEÓN

 

Los cofrades portan imágenes distintas por los diferentes itinerarios, mientras la noche cerrada se cierne sobre un cielo de Madrid alumbrado tan solo por las velas de los candelabros y el brillo esperanzado de los ojos de aquellos que se aferran a la nada. Las "camareras" pasean sus atuendos por el asfalto con la entereza propia del soldado y la emoción de una trompeta estalla en mitad de la Calle Mayor con la procesión del Cristo de los Alabarderos. Dicen que la fe es un acto de seguridad o confianza en una persona o deidad y que ésta no está sustentada en pruebas, sino que es producto en cierto grado de una promesa. No se hasta qué punto los aquí presentes han hecho promesas, han llorado lágrimas de sal, han sentido las sombras de la muerte o se han aferrado al silencio de las habitaciones vacías, pero cuando la cultura de las sotanas se impone a la cultura de la razón y el corazón de los hombres se cristaliza, la ausencia de miedo se sustenta en la creencia de algo inexistente para devolver la libertad a sus vidas. 

                                                                                        La luz de los infieles. / MARTA MOLEÓN